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Todos los que hemos tenido un Sinclair ZX Spectrum y conocimos a Marios Bros cuando no tenía tanto ‘universo’, vimos ese filme… Ahora, 28 años después nos lanzan la secuela de Tron y estamos ansiosos por verla. Como juegan con la nostalgia de los primeros chic@s informatizados de la historia…

Y es que Tron fue  algo más que cine fantástico, traspasando las fronteras de la postproducción tradicional, para dar lugar a un entorno futurista y tecnológico -del que bebieron títulos posteriormente lanzados, como El Cortador de Césped-, filtrado por la imaginación. Es decir,  el sueño de un programador que se introduce en los componentes físicos y lógicos de su ordenador. Algo demasiado grande para la época en que se hizo (1982).

Ahora estoy expectante y dudoso ante lo que pueda llegar, porque las segundas partes a veces no son buenas y la cosmogonía tecnológica dibujada con neón, oscuridad, azul y negro (como el grupo de techno español de principios de los ochenta)… Es una apuesta muy arriesgada este Tron: Legacy, pero sí barrunto que será más rentable que su precuela, que dejó un buen agujerillo en las arcas de Disney.

La pionera arrasó con los recursos y el presupuesto del estudio, y esta ha seguido la estela de su predecesora. Dicen que la cifra oficial de coste de la nueva entrega (113,5 millones de euros), es la ‘mayor mentira’ del filme, ya que extraoficialmente afirman que el presupuesto ha sido justo el doble.

Sea como fuere, más de un@ de nosotros acudirá al cine a partir del 17 de diciembre, a recordar nuestra niñez, a enseñar a alguien por qué aquello fue especial y esperemos no quedar decepcionados.  La tecnología ya hace posible un trabajo digno, por encima de un esfuerzo creativo -como sucedió en la primera-.

Ojalá, y gracias al tiempo y al dinero, le hayan conseguido darle el toque mágico en su secuela a un filme incomprendido que posiblemente quedó a medio hacer por falta de desarrollo tecnológico.