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Quedar mudo de gestos por la afonía de tus manos. Articular pulsos electromagnéticos sin mirar, forjar una frase certera con el disfraz casual de la ansiedad desaforada y un instante eterno para enmarcar ese error.

Odio ese engendro sin cara que pone tu voz, que no me entiende, que no me escucha, que sólo miente entre tu boca y la mía, tan cerca y a la vez tan lejos como para poder unir nuestros vehementes labios, cuyo deseo auténtico no es hablar.

Buscaba sirenas como tú. Eché redes telemáticas al mar por ver si se cumplía el sueño eléctrico y ecléctico que se sustenta en tu rostro, en tus ojos, en tus manos, en tus senos, en tu fuero más interno y personal del que quiero probar bocado.

Sin mapa, sin ropa, sin cobijo, sin más… Así remiendo mi trasmallo, quiero pescar en la llanura de tu vientre, ese que tan bello es al tacto, ese que tan sensual es al oído cuando mis manos sobrevuelan bien bajo su espacio aéreo.

No se abre el paracaídas, otra vez impacto violentamente con la realidad de una conversación sin faz, sin la entonación de tu mirada, sin la acentuación de tus manos, sin el batir de tus pestañas…

De nuevo soledad de ondas y cables, tu espectro electromagnético, tu alma silente y ausente, de pronunciadas e imaginadas curvas, de desesperación asexuada y timbre de voz polifónico. Nunca hubo lugar para escucharte tras oírte.