Ahora, mirando la aguja de este ‘pick up’ se viene a mi mente la textura de tu cuello, y la sensación de los cabellos de tu nuca erizados cuando, en un braille irreal, percutí el primer poema que mis cuerdas vocales nunca se atrevieron a recitarte.
Ese disco, ajado y abandonado por el tren del futuro en una estación de cercanías, me recuerda a ti. Ahora camino por el abrasante asfalto de largas avenidas, con una vaina electrónica que abusa de las canciones. A cada paso, me falta el aire en una atmósfera tóxica entre la escasa distancia que separa la emisión de vibraciones de la cuenca de los ojos con los que intento escuchar.
Mi corazón, lejos de entrar en un ritmo relajado y placentero, se acelera a 45 revoluciones por minuto. Quedan dos surcos para el final, y todavía sigues viva…