Seleccionar página

‘On the last day I took her where the wild roses grow

And she lay on the bank, the wind light as a thief

As I kissed her goodbye, I said, «All beauty must die»

And lent down and planted a rose between her teeth’…

(Nick Cave)

Ayer volví a pensar en nácar y se me vino ese rostro, y es curioso, pero recordé las rosas al rememorar ese momento, esa chica, ese lugar.

Comencé a sumergirme río abajo y me di cuenta de que todo, gracias al agua y a la ausencia del hombre, como las rosas salvajes, permanecía intacto. Cuando me aproximé al banco hundido, su vestido continuaba en el mismo sitio, mecido por el ondear ventoso del agua, pero nada más.

Se me vino a la memoria, la forma en la que allí le dejé y recuerdo que entre tristeza y sal mis penas se mezclaron con la corriente y todo se tornó de un color escarlata claro.

Al fondo, sí, en la oscuridad que proporcionan las espadañas a la húmeda fosa, se adivinaba su rostro pintado al claroscuro magenta con expresión incrédula.

Quise acercarme, pero no le alcanzaba, al intentar asirle, se desmembraba en la sábana de hielo fundido, y por no romperle desistí en el intento.

Sólo me quedó marcharme y pensar que de nuevo «toda la belleza debe morir…»