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‘Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.’
(Federico G. Lorca)

Una larga estancia donde el sereno lirismo del compás de tres por cuatro te hace abandonar tus sentidos para dejar paso a la sensibilidad. Es en este largo salón de Viena, donde tu imagen quedó congelada al suelo, donde tus giros en mil instantáneas por segundo, detuvieron el movimiento; donde sólo a este ritmo, un latido se oyó.

Del río que se divisaba tras las cristaleras, recuerdo el rumor y el candor, suave y algodonado como tus mejillas, rodando desde la lívida timidez de tu rostro hasta el más oscuro recodo de mi bullente imaginación.

De tus pies sobre las huellas escarchadas y la luz harinosa de estas velas, cae el relente que envuelve nuestros cuerpos. La frigidez se torna en suave y tibia razón que tensa las riendas de estos potros desbocados. Loma arriba, y con el mismo ritmo, suben nuestros latidos, la percusión de los sentimientos, que girando y girando han originado el torbellino, otra tormenta más entre nuestras vidas, dentro de la jaula de helado cristal.