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‘Los restos del naufragio quedaron esparcidos,
o desaparecidos, o rotos…’
(Enrique Bunbury)

Más perdidos que nunca estamos, aunque el sentido encerrado encontramos.

Después de tanto y tan poco tiempo, recuerdo lo olvidado e intento echar a la alforja algo de sentido, y lo encuentro. El valor del monte extinto se me viene a la memoria cada día, ese añadido a nuestras vidas que hasta el verano pasado sólo era «campo».

Parafraseando a un filósofo del lugar, y dando rienda suelta a la rapsodia ardiente del chisporroteo de la encina, queda recordar cuando aquel vergel se convirtió en «lampo incandescente» imposible de apagar.

Lo que un día fue vida, hoy conserva un único y último hálito anudado a las palabras que resuenan en las lomas, esos lamentos que reverberan con más eco y fuerza que nunca sobre la cálida y árida desnudez de la naturaleza muerta.

Del tiempo y la distancia mejor no hablar, la esperanza es la engendradora de esos dos conceptos que en este negro cumpleaños damos por perdidos.

Hace ya un año que todo se convirtió en ceniza. Doce meses de vacío eterno. Tras el fuego hay otra dimensión, ese reverso donde tú y yo no somos nada.