Seleccionar página

‘Buen árbol, quizá pronto te recuerde,
cuando brote en mi vida una esperanza’
(José Ángel Buesa)

Ese viejo árbol se abrazó a la vida tan fuertemente que tras unos años de indiferencia, en su obsesión encontró la muerte. Tras las risas mañaneras, plenas de olor a brandy y tabaco negro a medio encender, de los empleados de Parques y Jardines, su rumor dejaba oír el miedo que sentía y más fuerte asía la valla.

Su cuerpo gris y ajado temió quebrarse sobre las hormigas humanas que a diario transitaban por sus cercanías. Con la caída de sus hojas en el mes de noviembre avisó otoño tras otoño del probable derrumbe. Al silencio y la indiferencia, un lustro de terror cobijado en sus brazos.

Un día de primavera, cuando resignado a su cibernética situación de metal sustituyendo su función de sustento, con su prótesis de cadera más ligada al tronco que nunca, llegó el invierno a su corazón. Algún técnico misacantano realizó una nueva interpretación del «evangelio» donde no aparecía la copa de un castaño de indias con hierro injertado en su pedículo.

La vida acabó con el último adiós a las ramas tendidas sobre un pequeño camión municipal, pero el periplo por el purgatorio no hizo más que empezar. Por intentar sobrevivir, mayor penitencia soporta, aferrado a la misma valla a la que unió sus fuerzas, a la espera de que algún día, la triste pareja sea de allí arrancada.