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Otra vez la cadena de manos ajenas se engrana para el beneficio único de la fábrica de sueños. De verdades y mentiras, con dedos entrelazados y palmas sudorosas, todo conjunto en la cadencia de bielas y pistones del insidioso mes del membrillo.

El acero y el hormigón acunan el despertar del sueño canicular recién abandonado, y las musarañas de la desidia huyen despavoridas ante el surgimiento incesante de la rutina, esa que en otros momentos fue compañera de viaje, esa que ahora es ley durante la gestación de la ballena en cuyo vientre me hallo.

Sólo pequeñas luces en la inmensidad permiten dibujar figuras de paz, a millones de kilómetros o solo a un par de cientos… Siempre lejos aquello que se necesita. Por el mar, más que sirenas… barcos; por la tierra, más que caballos… sirenas; en la arena yace el cadáver del minotauro sin apuntillar, sin arrastrar, solo de sangre perdida en cada lance, golpes duros del cielo que perdió su celeste.

Y la imposibilidad de acompañarte…