Un manotazo duro a la sensibilidad del lirio, un bloqueo sentimental a la melancólica azucena que se cobija en tu pecho, y con más días que noches, otra espera y gestación de noches venideras, regalando besos desesperados a la almohada.
Y mientras gira el tornado, vueltas y vueltas sobre tu piel sedosa que se torna violácea por la imprudencia, obviando la integridad de tu ser que yo demando, para poder comulgar cada mañana, para suplicar tu regreso con versos quedos sobre el teclado.
Ahora entiendo el por qué de tu silencio, logro comprender que pese a intentarlo, las frases sin destinatario no existen, y perecen en el zurrón del triste pastor que trova canciones de mar, buscando a sus cómplices sirenas por la Sierra.